Solo amas a los que no abusas, a los que no te comes, de los que no esperas algo a cambio, a los que no maltratas: a los que respetas.
Y no me malinterpretes, todos amamos solo a algunos individuos en particular.
A ese perro o a cierto conejo.
Pero nadie ama a todos los animales. ¡A la mayoría ni los conocemos!
Y es que no se necesita amarles.
Es más, ¡ni siquiera es imperativo que nos gusten, para respetarlos!
Al igual que no necesitamos amar, ni que nos agraden, todos los humanos, para comprender su valor inherente.
Las personas que crían animales para su venta, uso o consumo, no aman a los individuos sino los beneficios que estos proveen.
Y lo vemos cada vez que los mandan al matadero por dejar de ser rentables. O que los “descartan” por no dar suficientes ganancias.
Como consumidores, nadie en su sano juicio puede decir con sinceridad que ama al cerdo que se cenará.
De la misma forma, quién paga por divertirse a costa del sufrimiento de un toro no lo ama. Quién caza a una paloma no la respeta. Quién compra un perro como un zapato, no considera al individuo realmente. Ni lo que su compra conlleva.
Los amo pero los uso, es un claro ejemplo de disonancia cognitiva.
Porque si los usamos no los amamos.
Y si los respetamos no los usamos.
No es necesario mentir.
Es simple.
Y cambiar es tan fácil, como dejarlos en paz.